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Con juanetes, con callos, pequeños, grandes, finos, anchos, feos o bonitos. Pies.

Algo aparentemente insignificante. Cuando nos tumbamos la sangre
se olvida de nuestros dedos del pie dejándolos fríos, cuando queremos presumir les
hacemos sufrir con zapatos incómodamente preciosos, para probar si el agua está
caliente son ellos los valientes que sienten el latigazo del frío, ante el miedo a lo
desconocido nuestros fieles pies tocan el bulto extraño para comprobar si está vivo
o muerto, por no hablar del dedo meñique martirizado por las sandalias y por
supuesto por las esquinas de las mesas. En definitiva, nuestros pies, son nuestros
soldados.

 

Siendo los guerreros de nuestra anatomía no solo se conforman con eso sino que
también son el vehículo. Cuando tenemos hambre nos acercan a por comida, corren
cuando el sudor frío del miedo en la nuca nos asusta, saltan con la alegría, patalean
con un niño enfadado, al trote nos acercan a la sensación de libertad y por supuesto
los pies nos llevan a un mundo primitivo, que conecta con nuestro ser más primate,
bailar.
De donde seas, del siglo que seas, hombre o mujer, ojo azul o marrón no importa.
Todos bailamos. Algo instintivo que no se puede comprender de donde viene. Algo
inherente al ser humano, como el reflejo de un bebé al mamar. Siempre vemos a
niños pequeños dando saltos cuando suena una canción que conecta con ellos. No
tiene una explicación racional, pero los pies lo saben. Ellos hablan con el alma e
instintivamente brincan, saltan, botan.

 

En el flamenco se retoma este sentimiento tan puramente humano conectando
directamente el taconeo de nuestros pies con el rugir de nuestra alma. La pena, la
furia, el amor, la felicidad, la nostalgia. Cada sentimiento positivo o negativo que
registre nuestro corazón se expresa en el flamenco con la furia de nuestros pies.
Nuestros zapatos protegen a nuestros duros pies de la intensidad de nuestros
sentimientos. Al bailar flamenco, se olvida tanto el raciocinio, que podríamos acabar
lastimando a nuestros guerreros sin unos buenos zapatos. Como las antiguas
armaduras de los caballeros. Nuestros zapatos tienen la dureza que necesita el
bailaor sensible para desahogarse y la comodidad que requieren para evitar lastimar
los pies con rozaduras.

 

En Begoña Cervera llevamos 20 años cuidando y respetando a los pies, no solo con
el confort que merecen sino que también buscamos diseños y colores que los
revistan con elegancia y alegría. Antes, los zapatos de flamenco eran negros y con
un estilo muy básico. Nosotros pusimos el contrapunto de alegría que necesitaban.
Los pies que nos conectan con la esfera terráquea nos recuerdan que estamos
vivos formando parte de ella. En una oficina sentados horas y horas, es fácil
olvidarse de los feos pies. Pero tocar el primer día de vacaciones la arena con los
pies no tiene precio. Es cuando sentimos alegría y vida que conectamos con ellos.
Por ello desde Begoña Cervera reconocemos su importancia. Valoramos la libertad
humana y queremos protegerla con unos zapatos que cuidan al verdadero corazón
del cuerpo. Los pies.[:en]Los pies. Con juanetes, con callos, pequeños, grandes, finos, anchos, feos o
bonitos. Pies. Algo aparentemente insignificante. Cuando nos tumbamos la sangre
se olvida de nuestros dedos del pie dejándolos fríos, cuando queremos presumir les
hacemos sufrir con zapatos incómodamente preciosos, para probar si el agua está
caliente son ellos los valientes que sienten el latigazo del frío, ante el miedo a lo
desconocido nuestros fieles pies tocan el bulto extraño para comprobar si está vivo
o muerto, por no hablar del dedo meñique martirizado por las sandalias y por
supuesto por las esquinas de las mesas. En definitiva, nuestros pies, son nuestros
soldados.
Siendo los guerreros de nuestra anatomía no solo se conforman con eso sino que
también son el vehículo. Cuando tenemos hambre nos acercan a por comida, corren
cuando el sudor frío del miedo en la nuca nos asusta, saltan con la alegría, patalean
con un niño enfadado, al trote nos acercan a la sensación de libertad y por supuesto
los pies nos llevan a un mundo primitivo, que conecta con nuestro ser más primate,
bailar.
De donde seas, del siglo que seas, hombre o mujer, ojo azul o marrón no importa.
Todos bailamos. Algo instintivo que no se puede comprender de donde viene. Algo
inherente al ser humano, como el reflejo de un bebé al mamar. Siempre vemos a
niños pequeños dando saltos cuando suena una canción que conecta con ellos. No
tiene una explicación racional, pero los pies lo saben. Ellos hablan con el alma e
instintivamente brincan, saltan, botan.
En el flamenco se retoma este sentimiento tan puramente humano conectando
directamente el taconeo de nuestros pies con el rugir de nuestra alma. La pena, la
furia, el amor, la felicidad, la nostalgia. Cada sentimiento positivo o negativo que
registre nuestro corazón se expresa en el flamenco con la furia de nuestros pies.
Nuestros zapatos protegen a nuestros duros pies de la intensidad de nuestros
sentimientos. Al bailar flamenco, se olvida tanto el raciocinio, que podríamos acabar
lastimando a nuestros guerreros sin unos buenos zapatos. Como las antiguas
armaduras de los caballeros. Nuestros zapatos tienen la dureza que necesita el
bailaor sensible para desahogarse y la comodidad que requieren para evitar lastimar
los pies con rozaduras.
En Begoña Cervera llevamos 20 años cuidando y respetando a los pies, no solo con
el confort que merecen sino que también buscamos diseños y colores que los
revistan con elegancia y alegría. Antes, los zapatos de flamenco eran negros y con
un estilo muy básico. Nosotros pusimos el contrapunto de alegría que necesitaban.
Los pies que nos conectan con la esfera terráquea nos recuerdan que estamos
vivos formando parte de ella. En una oficina sentados horas y horas, es fácil
olvidarse de los feos pies. Pero tocar el primer día de vacaciones la arena con los
pies no tiene precio. Es cuando sentimos alegría y vida que conectamos con ellos.
Por ello desde Begoña Cervera reconocemos su importancia. Valoramos la libertad
humana y queremos protegerla con unos zapatos que cuidan al verdadero corazón
del cuerpo. Los pies.